¿ Hacia una Pax Romana ?

Menudo favor le hizo Freud a la Humanidad, al convencer al mundo occidental cultivado, dominante y descreído, que las religiones eran ilusiones, pero que no era ilusión su nueva “ciencia”. Gracias a su fascinante y engañoso estilo supo engañar progresivamente a una amplia audiencia letrada y darle sustento presuntamente teórico al “escéptico” espíritu moderno, que se entregó a la nueva doctrina predicada sin miramiento alguno, sintiendo justificado “racionalmente” su psicoanalítico credo. Culto del cual , aparte de ser el nuevo Saulo iluminado, el mismo Freud se encargó de ser el primer Papa , apoyado en su consistorio secreto creado en 1913 para salvaguardar la ortodoxia, el mismo que fuera disuelto en 1927, pues para entonces la nueva doctrina estaba enteramente formulada , con el complementario instinto tanático puesto en boga para explicar toda violencia pero, presumiblemente en verdad, para disculpar su agresividad confesa. Recordemos que desde el inicio mandó “al infierno” a los objetores que encontraba, tomando como norma no discutir con ellos, convención habitualmente continuada por sus seguidores. Con Freud ya no sería el pecado original el origen de los males, sino la propia naturaleza humana . Su pesimismo se expandió en la noosfera del siglo veinte y sirve de justificación, por último a quienes respaldan la imposición de una Pax Romana.

Con motivo de la reciente tortura de Yugoslavia para obtener un objetivo que finalmente no se obtuvo, al igual que sucedió en el caso de Irak, se han pronunciado conocidos y menos conocidos intelectuales y políticos, desde García Marquez y Umberto Eco, pasando por Noam Chomski y Fernando Savater, hasta Regis Debrais y Mario Vargas Llosa con sus posiciones extremas.

Mientras que Federico Mayor Zaragoza no pudo menos y abogó por el cese inmediato del fuego desde el primer momento, mostrándose consecuente con la representación de la UNESCO, nuestro brillante escritor consideró que a la OTAN “no hay que reprocharle su intervención en Yugoslavia, sino que interviniera con diez años de atraso y cometiera el error de anunciar que excluía toda acción militar terrestre”. Para él, en efecto, “el pacifismo a ultranza sólo favorece a los tiranos y a los fanáticos a los que ningún escrúpulo de índole moral ataja en sus designios, y, a la postre, sólo sirve para retardar unas acciones bélicas que terminan causando más numerosas y peores devastaciones que las que se quiso evitar con la inacción.”. Balance que, probablemente , no esté hoy dispuesto a refrendar debido a la inhumana devastación producida por la fuerza del Imperio. La calidad de la vida ha sufrido en Yogoslavia gracias a la intervención “humanista” .

Desde este lado del Atlántico, la permanente conciencia crítica de Noam Chomski denunció en cambio, con palabras de Samuel Huntington, articulista en Foreing Affairs , “que, a ojos de gran parte del mundo(probablemente la mayor parte), Estados Unidos “se esta convirtiendo en una superpotencia que no respeta la ley”, “la primera amenaza contra sus sociedades”.

Sirva lo anterior de contexto para anticipar una situación más cercana. En un reciente artículo de Carlos Alberto Montaner publicado en un diario local sobre la situación colombiana, escrito con evidentemente con ánimo intervencionista, ha planteado que las “democracias de todo el mundo” deben “un esfuerzo conjunto de solidaridad militar con el pueblo colombiano”. En sus palabras: “El ejemplo de Kosovo refleja lo que es el signo de los tiempos: las democracias tienen el derecho y el deber de defender los valores en los que se sustenta el sistema en el que todos creemos. Y hay mecanismos capaces de articular esa política: la Junta Interamericana de Defensa es uno de ellos”. Pregunto yo: ¿ha de ser la OTAN de América ? Concluye su belicoso artículo proclamando que ha llegado “la hora de los halcones”.

Lo más lamentable es que un intelectual tan reconocido como es el señor Montaner se manifieste abogando por guerras “civilizadoras” , como si fuera el recurso conveniente para resolver problemas complejos dentro de fronteras extrañas. En el caso de Colombia, cuya importancia central en la geopolítica mundial de las drogas nadie podrá negar , Montaner debiera haberla considerado , si de entender su problemática se trata. Si se quisiera pacificar Colombia , en efecto, otro camino distinto al de una soñada Pax Romana habría, como sería reconsiderar la política de drogas mantenida y pedir consiguientemente la revisión de la legislación internacional que mantiene la “guerra global” propia del sistema que, según parece, don Carlos Alberto Montaner habitualmente soslaya.

Quienes no tenemos el pesimismo correspondiente a la prédica freudiana, creemos que las poblaciones, en general, quieren auténticamente vivir en paz, como producto de la verdad y la justicia. Para lograrla, en cada caso, debemos desinstalar racionalmente las condiciones que fomentan las situaciones violentas. No parece racional querer apagar el fuego bañándole con gasolina.

 

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