La revolución americana

Veintidos años atrás, disfrutando de un bien merecido año sabático en la Universidad Nacional Agraria , me propuse obtener un master en la Escuela de Educación de la Leland Stanford Junior University de Palo Alto, California, donde me encontré con mi familia un día antes de Navidad. Yo llegaba de Michigan, donde había recibido un curso acelerado de inglés de ocho semanas para principiantes que, con la ofrecida ayuda de profesores dedicados a quienes no dominábamos el inglés, me permitió cumplir con mi cometido en la que familiarmente es conocida como "the farm".

Atraído por el tema de la modernización que venía trabajando desde Harvard, de la cual había sido ganado por el sol de California y las facilidades brindadas por su nueva Universidad, me propuse seguir los cursos del profesor Alex Inkeles, de quien muchos de mis compañeros latinoamericanos opinaban que era un "reaccionario" al cual era preferible esquivar.

En el primer ciclo llevado me inscribí en su Introducción a la Sociología, con un abrumadora mayoría de compañeros jovenes no graduados, curso constituído por la ejemplar y brillante revisión de las investigaciones sobre el suicidio y la criminalidad como problemas inescapables de la "modernización", ahora tan de moda en Lima, que era su tema de interés por entonces. Y para poner verdadero término a ellos, el profesor "reaccionario" en su clase final, respondiendo a la pregunt de un inquieto alumno no vacilò en reconocer la necesidad de una "revolución total", entendiendo por ella , más allá de la dimensión política (frente a las cual tenía justificadas reservas), el cambio de los valores y actitudes en la sociedad global. Hoy, investigador emérito en la Hoover Institution de la famosa universidad de Palo Alto, no debe extrañarse por lo que acontece en el mundo, incluyendo a las noticias que le llegan desde acá.

Ningún país, en efecto, está libre de los inescapables problemas de la modernidad. Desaparecido el control social propio de las ciudades pequeñas, la anomia se convierte en norma; la tradición pierde actualidad. Detrás del caos, sin embargo, se anuncia el nuevo orden mundial que se genera en la conciencia de quienes sueñan una nueva era en ls sociedaades desarrolladas. La historia no es felizmente lineal ni circular, sino , como la veía Pierre Teilhard de Chardin, un espiral.

 

 

Algunas veces, en efecto, me he referido en términos despectivos hacia políticas y actores de la escena americana, al igual que lo he hecho sobre políticas y actores de la escena nacional Pero justamente por ser hispano han podido imaginar quienes no me conocen una cierta animadversión de mi parte hacia nuestro poderoso vecino, lo cual no refleja la verdad. Todo lo contrario. Si bien gracias al año que compartí su vida universitaria pude sólo vislumbrar su admirable mundo cultural, pues el inglés que manejo no me permite ir más lejos, reconozco el mantenido esfuerzo de construir una democracia en tierra americana .De otro lado , gracias a amigos americanos pude actualizarme en el tratamiento del tema de "las drogas" al ser cubierta desde los Estados Unidos mi invitación a un congreso sobre reducción del daño asociado al consumo de drogas en Rotterdam (Holanda) y asistir posteriormente en los Estados Unidos a la mesa que sobre la coca organizó el Alcalde de Baltimore, Kurt Schmoke. Pero los adversarios de mis amigos lo son míos y ocasionalmente me he dejado llevar en el pasado, sin pensar que podría ser mal interpretado, al criticar su doble moral, privada y pública, de la cual, reconozco, no tienen la exclusividad.

Al llegar al aeropuerto de Miami, con ocasión de mi viaje a Baltimore, declaré desde antes de aterrizar el avión, en el formulario respectivo, que llevaba conmigo sustancias prohibidas(dado que llevaba abundantes hojas y sobres filtrantes de coca), declaración que reiteré por escrito al someterme a la inspección de rutina. Cortesmente se me invitó a entenderme con el Jefe del Servicio , quiene se hizo presente especialmente para atender mi caso. Fue tan económico en palabras como inteligente al preguntarme si realmente me alimentaba con hojas de coca como los indígenas, tal como había sido mi declaración. Al responderle que si, me confesó que él no tenía objeción alguna a que las llevara conmigo, por lo que ponía mi caso en manos de Agricultura. El Jefe fue personalmente a buscar igualmente al responsable del turno, quien llegó ya sonriente para señalar mis chuspas y las cajas de bolsitas filtrantes preguntando si eran Erythroxylum coca , respondiéndole que también llevaba Erytroxylum novogranatense. Los dos Jefes se miraron y me devolvieron todo mi caudal, invitándome a ingresar a los Estados Unidos con mi "andean food", lo que me permitió soplar mis hojas en Washington hacia el Sol, como si estuviera en Cusco.

¿Cómo no voy a admirar la conciencia personal que, más allá de las consignas políticas, se respeta en la vida americana? ¿Cómo no juntar mi esfuerzo al de los amigos que reclaman la revisión de las convenciones sobre drogas que aupician la doblez global? ¿Por qué no creer que puede dar lugar a la revolución total que recomendaba el profesor Inkeles?

 

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