COCA NOSTRA
Lima, 7 de julio del 2002
Los intelectuales tienden a ignorar lo que no está escrito. La comisión Vargas Llosa ignoró todo lo relacionado con los trajines de la coca en Ayacucho cuando investigó lo de Uchuraccay. Nelson Manrique, también parece ignorar la importancia que tuvo para el surgimiento y fortalecimiento de Sendero, el que fuéramos un país escindido entre el mundo `formal' (que incluye hoy a la Comisión de la Verdad y al ILD ) y el vasto mundo del uso de drogas y el narcotráfico.
A propósito, tampoco le echemos la culpa a la coca. "La devastación cocalera" (`¡Santo Cielo!' de CARETAS 1728), no se debe a ella. Es el resultado de las operaciones antinarcóticos de los '80 que desplazaron los cultivos a zonas más lejanas de la vista y la noticia. Aparte del hongo fusarium oxiporum, que se propagó por causas inciertas y devastó los cultivos. Muy distinto habría sido el panorama que escandalizó a Andrew Natsios, director mundial de USAID, si en lugar de haber sido un cultivo virtualmente prohibido, nuestros cocales hubiesen sido tradicionalmente cuidados e industrializados, tarea regional aún no cumplida.
No es verdad que "la coca envenena el ambiente", como tituló el embajador Hamilton su artículo por el Día de la Tierra en El Comercio. La verdad es que la cruzada gringa contra las drogas, incluyendo a nuestra hoja de coca, envenena `globalmente' el mundo de corrupción y violencia.
Baldomero Cáceres Santa María
(caceresyvegas@bonus.com.pe)
Manrique reconoce en su libro `El tiempo del miedo' que Abimael Guzmán supo aprovechar muy bien su posición en el Alto Huallaga y demás zonas cocaleras para negociar cupos con los narcotraficantes y relacionarse con los traficantes de armas. La tesis de que el problema va a desaparecer si se legaliza la cocaína es errada. La cocaína es un psicotrópico bastante más extremo y peligroso que el alcohol.