En el caso del Perú, aparte del
tardío testimonio de Pedro Pizarro (157l), quien había sido informado de las virtudes de
la coca por el Inca Atahualpa y Manco Inca, y de Diego de Trujillo (1571), quien la
señala al recordar el ingreso a Cuzco, consta el primer reconocimiento español de su
importancia en la carta que Vicente Valverde, por entonces Obispo en dicha ciudad (1539),
envió al Emperador Carlos V 14.
En ella se daba cuenta de la "coca que es una cosa que nunca los indios andan sin
ella en la boca que dicen que aquello lo(s) sustenta y refresca de manera que, aunque
anden con sol no hay calor y vale en estas tierras a peso de oro y es la principal renta
de los diezmos". La importancia
económica que tuvo la coca en el siglo XVI ha sido recientemente destacada Especialmente importante desde el descubrimiento de los yacimientos mineros de Potosí (1545), "la coca fue, entre los españoles, lo que la manzana de la discordia entre los dioses", "pues siendo la pasión favorita de todos sus moradores el mascarla, y mirándola con un respeto sagrado, permutaban por ella todas las especies comerciales" (Unanue, 1794). Los españoles, efectivamente, "muy pronto se dieron cuenta del valor económico de la coca en el mercado indígena" (Rostworowski, 1973). A la disputa por su control comercial se sumó la disputa teológica, pues la coca estaba íntimamente unida a la religiosidad de los indios (Betanzos, 1551; Cristóbal de Molina, el Chileno, 1552; y especialmente Polo de Ondegardo, 1561), mereciendo pronto la primera condena colonial. En el Segundo Concilio Limense (1567) se declaró por ello "que la coca es cosa sin provecho y muy aparejada para el abuso y superstición de los indios; y de comerla los indios tiene poco fruto y de beneficiarla mucho trabajo y por su ocasión han perecido y perecen muchos", argumentos que llevaron a plantear su eliminación. Debido a tal información y otras coincidentes, que resentían la dificultad para la "evangelización" de los pueblos indios, el Rey en Real Cédula (1569) declaraba: "A nos se ha hecho relación, que del uso y costumbres que los indios de esas tierras tienen en la granjería de la coca, se siguen inconvenientes, por ser mucha parte para sus idolatrías, ceremonias y hechicerías, y fingen que trayéndola en la boca les da fuerza, lo cual era ilusión del demonio según dicen los experimentados" 15. Los serios argumentos expuestos por Matienzo (1567), para quien "querer que no haya coca es querer que no haya Perú", bastaron, sin embargo, para superar el prejuiciado juicio eclesiástico. Incluso esgrimió una razón teológica virtualmente inobjetable a favor de la planta" (Henman, 1981): "porque Dios pues la crió en esta tierra más que en otras, debió ser necesaria para los naturales de ella, pues Dios no hizo cosa alguna por demás, ni sin algún efecto". Al compartir Matienzo la preocupación del Concilio Limense por las condiciones de trabajo en las plantaciones de coca atrajo sobre ellas la atención del Virrey Toledo, quien dispuso su regulación (Ordenanzas, 1572). |
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