Superada la disputa por la fuerza de los hechos, pues la coca constituía un rubro fundamental de la explotación colonial, su comercio se mantuvo como el engranaje que movía al mundo indígena. El Inca Garcilaso en sus Comentarios Reales (1609) le consagra un capítulo que inicia diciendo: "no será razón dejar en olvido la yerba que los indios llaman cuca y los españoles coca, que ha sido y es la principal riqueza del Perú para los que la han manejado en tratos y contratos: antes será justo se haga larga mención de ella, según los indios la estiman por las muchas y grandes virtudes que de ella conocían; y muchas más, que después acá los españoles han experimentado, en cosas medicinales" 16 .Tomando las palabras de Blas Valera agrega: "Tiene también otro gran provecho y es que la mayor parte de la renta del obispo, y de los canónigos, y de los demás ministros de la iglesia catedral de Cuzco es de los diezmos de las hojas de la cuca" 17 .

Para quienes trabajen lo que podríamos llamar la dimensión cocal de nuestra historia, consta la observación de Unanue (1794): "las inmensas ganancias que de el excesivo consumo -de coca- dimanaban en el siglo XVI, no continuaron en el XVII", dando como fundamento la Cédula Real del 1 de noviembre de 1619, dirigida al Virrey Príncipe de Esquilache: "Y porque se ha entendido que el beneficio de la coca, que se sembraba y cogía en los Andes del Cuzco y otras partes se ha enflaquecido notablemente, habiendo sido por lo pasado de grande aprovechamiento avisaréis qué causa ha habido para esto, y remedio que se podrá aplicar para volverla entablar".

Tal decrecimiento del consumo, que aparece señalado ya en la Relación de Juan Mendoza y Luna, antecesor del Príncipe de Esquilache: "usan de ella no tanto como antes 18 , fue explicada por Solorzano y Pereyra (1648) por "la gran disminución a que habían venido los indios, y el nuevo uso del vino. Pueden añadirse las continuas declamaciones de todos los que no se interesaban en su logro, con las que consiguieron impedir su uso en las provincias de Quito, y rebajar su estimación en las del Perú" (Unanue, 1794).

Cabe señalar que la importancia de la coca para el mundo indio no decayó en ningún momento. Por ello la sustitución de los cocales en la costa ocasionó la expansión de la zona cocalera de la vertiente oriental, principalmente Cuzco y Yungas. Su comercialización, mediante los trajines y luego arrieros (Glave, 1985) especialmente en el sur, constituyó un fuerte vínculo con los indios, razón por la cual- podemos conjeturar- fue asumida preferentemente por los "Kuracas y también un número considerable de los miembros adinerados de la sociedad india involucrados activamente en relaciones mercantiles en el siglo XVII", cuya presencia ha sido ya señalada (Spalding, 1974). El interés de la Compañía de Jesús en desarrollar plantaciones cocaleras en la provincia de Huanta (Macera, 1966) es un reconocimiento tácito de tal importancia.

A la relativa recuperación poblacional y al auge de la actividad minera que se produjo en el siglo XVIII debió corresponder un renacido interés en el manejo de la coca. Desde una óptica india no es difícil comprender la importancia decisoria que debió jugar en los movimientos insurreccionales que se dieran durante ese agitado siglo. Tal fue el caso del movimiento de Juan Santos Atahualpa (Zarzar, 1989) quien aparte de ser permanente coquero andaba repartiendo la hoja "diciendo que es yerba de Dios"; recordemos que el líder del movimiento restaurador de 1780, Tupac Amaru, fue propietario de cocales e importante empresario arriero; Julián Apaza, Thupa Catari, era conocido como "un indio viajero de coca y bayetas". Referencias complementarias indican que éste último se sirvió de su experiencia como viajero y de sus contactos comerciales para negociar en coca y vinos, incluso durante la rebelión (O' Phelan, 1984) 19.

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